Desde antaño, la idea de conquista ronda la mente del hombre en cuanto a tesoros, territorios y reinos. Pero esta lucha no puede compararse a la eterna “batalla”, a la conflagración sempiterna de conquistadores y conquistadas en un perenne intercambio de roles.
Se habló de fórmulas universales inexistententes, de quimeras y sueños sangrantes traducidas en experiencias a lo largo de la vida. Parece que el camino más transitado para ganarse el favor del alma gemela es el buen trato, la galantería y la empatía entendida como gustos comunes en tiempos afines.
Lo que sí es cierto es que la conquista no es sinónimo de posesión, sino de un compartir y crecer porque aunque que sea el Adonis perfecto o la soldadura de la costilla pehengue, si no hay un gesto, una atención, recordación y caricia permanente, la conquista se convierte en la peor experiencia de vida.
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